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miércoles

LOS PENTAQUARKS


En los pasillos silenciosos del CERN, bajo tierra, en ese inmenso anillo de imanes y vacío donde el tiempo parece medirse no por minutos sino por colisiones, hay una historia que no empieza en el siglo XXI, sino muchas décadas antes, cuando los físicos todavía trataban de entender qué había dentro de los protones y neutrones. En aquel entonces, la palabra “quark” sonaba más a un invento poético que a una pieza real del universo, una idea casi atrevida para explicar lo que no se podía ver. Con el tiempo, esa intuición se convirtió en certeza, y la cromodinámica cuántica, esa complicada teoría que describe cómo los quarks se abrazan gracias a los gluones, fue dibujando un mapa detallado de lo que pasa dentro de cada hadrón.

La teoría siempre fue generosa en posibilidades. No había ninguna ley que dijera que los quarks tenían que agruparse de tres en tres, como en un protón o un neutrón, o de dos en dos, como en los mesones. La matemática permitía combinaciones más complejas: cuatro quarks y un antiquark, seis quarks, incluso estados híbridos en los que los gluones no solo servían de pegamento, sino que participaban como parte de la partícula misma. Pero la teoría, sin experimentos que la confirmen, es como un mapa sin territorio: útil para soñar, insuficiente para caminar.

Durante años hubo rumores, picos en los datos que podían ser algo, señales esquivas que aparecían en experimentos japoneses o estadounidenses y luego se desvanecían bajo la sospecha de errores estadísticos. El “pentaquark” era casi una leyenda urbana de la física: posible, deseado, pero sin huella firme. Hasta que el LHCb, uno de los detectores más especializados del Gran Colisionador de Hadrones, decidió mirar con la paciencia de un cazador.

La presa no era fácil. Un pentaquark no vive lo suficiente como para posar para un retrato; existe durante una fracción de segundo antes de desintegrarse en partículas más simples. Para detectarlo, hay que analizar millones y millones de colisiones, buscar en las montañas de datos patrones minúsculos, correlaciones entre energías y direcciones, como si se tratara de reconstruir la forma de una gota de agua viendo únicamente las ondas que dejó al caer. Fue así, en 2015, que el CERN anunció lo que durante décadas había escapado: una señal clara, inconfundible, de un estado formado por cinco quarks.

La noticia recorrió el mundo científico con una mezcla de alivio y excitación. No era solo que se había encontrado una nueva partícula; era la confirmación de que la QCD tenía razón al permitir estructuras más exóticas, y que nuestra comprensión de la materia todavía estaba incompleta. Los pentaquarks que se detectaron parecían tener una configuración que incluía quarks charm y anti-charm, un indicio de que estos estados podían ser más complejos que los protones de la vida diaria, quizá más parecidos a una molécula que a un núcleo compacto.

Pero lo más fascinante no es solo que existan, sino lo que podrían significar. Si entendemos cómo se mantienen unidos cinco quarks, podríamos tener pistas sobre el comportamiento de la materia en condiciones extremas, como las que se dan en el corazón de una estrella de neutrones, donde la presión es tan brutal que los protones y neutrones se funden en un océano de quarks. Podría incluso ayudarnos a pensar en la materia que llenó el universo en los primeros microsegundos después del Big Bang, cuando la temperatura y la densidad eran inimaginables.

Los físicos del CERN no se conformaron con el primer hallazgo. Año tras año, el LHCb ha refinado sus mediciones, descubriendo nuevas variantes de pentaquarks, midiendo sus masas con más precisión, observando diferentes modos de desintegración. Cada nueva observación es como abrir una ventana a un rincón del zoológico subatómico que antes estaba cerrado. La próxima década será aún más ambiciosa: el LHC está en proceso de aumentar su luminosidad, lo que significa más colisiones, más datos y, con suerte, más descubrimientos. No sería extraño que aparecieran pentaquarks con quarks bottom, o combinaciones aún más raras. Tal vez se detecten estados tan extraños que no encajen en ninguna categoría previa.

El futuro de estos hallazgos no se limita a la física de partículas. En algún lugar, la materia oscura —ese enigma que compone la mayor parte del universo y que aún no podemos detectar directamente— podría tener pistas relacionadas con estados de quarks exóticos. No porque los pentaquarks sean la materia oscura, sino porque entender la QCD en su forma más extrema podría darnos las herramientas conceptuales para buscarla mejor.

Cuando cae la noche en Ginebra y los turistas ya se han ido, el LHC sigue funcionando, invisible bajo los campos y las colinas. Dentro, protones giran casi a la velocidad de la luz, chocan, se rompen en sus piezas más pequeñas y se reorganizan en formas que nadie ha visto antes. Entre esos destellos, quizá se formen nuevos pentaquarks que todavía no sabemos reconocer. Y en las pantallas de los físicos, entre líneas y gráficos que para otros serían ruido, aparece la señal leve de que algo imposible acaba de suceder. Ahí, en ese instante, la física da un paso más, y la historia de los pentaquarks continúa 

martes

ALGO SOBRE EL CERN


El Gran Colisionador de hadrones lleva 15 años haciendo chocar partículas en busca de respuestas a los misterios más profundos del cosmos. Ahora, los científicos han comenzado a abrir una puerta trasera hacia una realidad que existe más allá del alcance del colisionador más poderoso del mundo. 

Esta puerta oculta conduce al zeptouniverso, una dimensión que existe a distancias de una sextillonésima parte de un metro. Una distancia increíblemente pequeña que es equivalente a la que separa un pelo del borde del universo observable. 

Según explica Harry Cliff, físico de partículas en la Universidad de Cambridge, el panorama actual de la física de partículas presenta una paradoja desconcertante. “El modelo estándar es lo más cercano que tenemos a una teoría del todo, ya que describe todas las partículas y fuerzas fundamentales conocidas, con la excepción de la gravedad. Ha superado todas las pruebas experimentales a las que lo hemos sometido, con una precisión exasperante. 

Exasperante, porque sabemos que el Modelo Estándar es incompleto”, asegura el investigador que también trabaja en el experimento LHCb, el enorme detector de partículas enterrado a cien metros bajo tierra en el CERN, situado cerca de Ginebra. El Modelo Estándar no puede explicar la materia oscura, esa sustancia invisible cuya atracción gravitacional da forma al cosmos. 

Tampoco ofrece respuesta a los patrones que vemos en las partículas fundamentales. Y además, sugiere que toda la materia debería haber sido aniquilada con su imagen especular, la antimateria, en el primer microsegundo del Big Bang. 

Es aquí donde entra en escena Andrzej Buras, un investigador alemán de 78 años, físico teórico de la Universidad Técnica de Múnich. Buras está detrás de la idea de que podemos abrir una puerta trasera a un reino que hay más allá del alcance del LHC. Este científico casi octogenario no está dispuesto a esperar décadas a que fabriquen un sucesor más potente del LHC y ha puesto en marcha un plan alternativo que ha empezado a dar sus frutos.

Una realidad paralela microscópica
La misión que se ha impuesto Buras es llegar al zeptouniverso, donde sospecha que se esconden las partículas nuevas que tanto buscan. Para hacerlo, el investigador propone usar los colisionadores de partículas como microscopios supersónicos que puedan sondear los componentes fundamentales de la realidad a escalas de distancia extremadamente cortas. “En el ámbito de las partículas existe una relación inversa entre la energía y la distancia. La teoría cuántica nos muestra que los electrones o los protones, por ejemplo, se comportan simultáneamente como ondas”, explica Cliff. “Cuando las partículas se aceleran a altas energías, sus longitudes de onda se acortan cada vez más, lo que significa que se convierten en sondas que nos permiten ver a escalas mucho más pequeñas que un átomo”.

Además, las partículas muy masivas que existen a escalas de distancia más pequeñas pueden influir en el comportamiento de las partículas más ligeras a escalas más grandes. “Las partículas no son en sí mismas fundamentales, sino vibraciones en campos cuánticos siempre presentes, objetos invisibles y fluidos que llenan todo el universo”, dice el investigador. “Aunque una nueva partícula sea demasiado pequeña para que el LHC la detecte, su campo cuántico puede seguir ejerciendo una influencia persistente a distancias mayores, afectando al comportamiento de partículas de mayor tamaño. Esto significa, que las mediciones precisas de las partículas que producimos habitualmente en los aceleradores existentes pueden revelar la influencia de nuevas partículas que se encuentran más allá de nuestro campo de visión directo”.

Primeras señales desde el zeptouniverso
Buras ha trabajado con Elena Venturini, ahora en la Escuela Internacional de Estudios Avanzados de Trieste, Italia, para elaborar una lista de objetivos para analizar con este microscópico supersónico que denominan los magníficos siete. Son todas desintegraciones extremadamente raras de partículas que contienen tipos exóticos de quark (quarks extraños o quarks bottom), un componente fundamental de la materia que no se encuentra aislado en la naturaleza. Estas desintegraciones son particularmente raras porque pasar de la partícula inicial a los productos de desintegración en el Modelo Estándar requiere una mezcla complicada de varias partículas intermedias extremadamente masivas. 

Sin embargo, si se consigue, los resultados tienen el potencial para permitirnos observar nueva física durante esta misma década. "La idea es bastante sencilla", según Cliff. "En primer lugar, los teóricos hacen predicciones precisas sobre la frecuencia con la que debería producirse una de estas desintegraciones raras, según el Modelo Estándar. 

A continuación, los experimentadores realizan las mediciones más precisas posibles de esas tasas de desintegración utilizando datos del LHC y otros aceleradores. Cualquier discrepancia significativa entre la teoría y el experimento es una prueba indirecta de la existencia de nuevas partículas". El nuevo método ya ha comenzado a arrojar resultados. El experimento NA62 del CERN, que funciona desde 2015, anunció en septiembre del año pasado la primera observación de una desintegración increíblemente rara que ocurre aproximadamente una vez por cada 10 mil millones de kaones (un tipo de partícula subatómica formada por un quark y un antiquark). 

No solo es la desintegración de partículas más rara que jamás hayamos visto, sino que la tasa de desintegración medida fue también alrededor de un 50% más alta que la predicción del Modelo Estándar.
La carrera contra el tiempo
Cliff ha hablado recientemente con Buras y el veterano científico alemán le expresó su frustración. Aunque se mantiene en buena salud por ahora, sabe que el tiempo juega en su contra. El experimento NA62 continuará recolectando datos por un par de años más, pero luego el espacio que ocupa deberá ser liberado para un nuevo experimento recientemente aprobado. Además, el Experimento de Kaones de Alta Intensidad que podría haber extendido el trabajo de NA62 no fue aprobado por el CERN. Las esperanzas ahora se centran en el experimento KOTO en J-PARC, Japón, donde los físicos están realizando una búsqueda paralela de una segunda desintegración rara de kaones. Aunque todavía no han visto resultados, esperan más datos pronto. 

También hay prevista una segunda actualización del LHCb que aumentará la velocidad a la que se registran los datos en un orden de magnitud. Una vez que esté en marcha en la década de 2030, esta nueva del experimento debería asegurar que realmente podamos cumplir con la visión de Buras de una expedición adecuada al zeptouniverso. “El coste y la escala del próximo colisionador eclipsarán incluso al LHC, superando los límites de lo que se puede lograr en un solo proyecto científico”, concluye Cliff. “Por lo tanto, algunas señales claras de que realmente nos espera una nueva física en el zeptouniverso harían aún más convincente la necesidad de un colisionador que pueda investigarla directamente”.

lunes

LA IDEA DEL MULTIVERSO


La noción de universos paralelos saltó de las páginas de ficción a las revistas científicas durante la década de los noventa. Numerosos expertos afirman que miles de millones de otros universos, conocidos en su conjunto como multiverso, existen más allá de nuestro horizonte visual cósmico.

El problema de esta idea reside en que, por su propia naturaleza, se halla más allá de toda verificación empírica: en el mejor de los casos, los indicios de la existencia de un multiverso serían indirectos. La propuesta nos obliga a replantearnos lo que entendemos por ciencia.

Durante la última década, una idea extraordinaria ha encandilado a un buen número de cosmólogos: la de que el universo en expansión que vemos a nuestro alrededor no es el único que existe, sino uno más entre una miríada de miles de millones de ellos. No habría, pues, un solo universo, sino un multiverso. En artículos publicados en esta revista o en libros como La realidad oculta, de Brian Greene, científicos de primera línea hablan de una revolución supracopernicana: no solo es nuestro planeta uno más entre muchos, sino que, a escalas cosmológicas, también nuestro universo resultaría insignificante. Sería uno más entre incontables universos, cada uno con sus propias leyes.

La palabra «multiverso» puede adquirir varios significados. El universo observable se extiende hasta una distancia de unos 42.000 millones de años luz, nuestro horizonte visual cósmico. Pero no existe ninguna razón para suponer que todo termine ahí. Más allá podría haber muchos —tal vez infinitos— dominios similares al nuestro. Cada uno habría comenzado con una distribución diferente de materia, pero todos se regirían por las mismas leyes de la física. La gran mayoría de los cosmólogos aceptan este tipo de multiverso. Sin embargo, hay quienes van mucho más lejos y sugieren la existencia de otros universos completamente diferentes, con otra física, otra historia y, quizás, otro número de dimensiones espaciales. La mayoría serían estériles, pero algunos bullirían con vida. Uno de los principales defensores de este multiverso de «nivel 2» es Alexander Vilenkin, quien propone un conjunto infinito de universos, con un número infinito de galaxias y planetas, e infinitas personas que se llaman como usted y que se encuentran leyendo este mismo artículo.

Numerosas culturas han considerado desde la antigüedad ideas similares. La novedad radica en que la hipótesis se concibe ahora como una teoría científica, con todo el rigor matemático y la verificación experimental que ello implica. Personalmente, me muestro escéptico ante semejante afirmación. No creo que la existencia de esos otros universos haya sido demostrada ni que algo así pueda lograrse jamás. Los defensores de la idea del multiverso, además de ampliar nuestra concepción de la realidad, están redefiniendo de forma implícita lo que entendemos por ciencia.

Más allá del horizonte

Aquellos que se adhieren a la acepción más amplia de multiverso han propuesto diferentes mecanismos para explicar cómo habrían surgido todos esos mundos y dónde podrían encontrarse. Quizás ocupen regiones muy alejadas del espacio, tal y como predice el modelo de inflación caótica de Alan Guth, Andrei Linde y otros También podrían existir en diferentes épocas, como ocurre en el modelo cíclico de Paul Steinhardt y Neil Turok , o quizá se encuentren en el mismo espacio que el nuestro pero en una rama diferente de la función de onda cuántica, como defiende David Deutsch . Otra posibilidad reside en que carezcan de localización y se hallen desconectados de nuestro espaciotiempo, como proponen Max Tegmark y Dennis Sciama