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COPERNICO Y EL HELIOCENTRISMO


Los sabios habían tenido a la Tierra parada en el centro del Universo casi dos mil años. Hasta que llegó Copérnico y la dejó girando como una peonza alrededor del Sol, como hoy la conocemos. Se dice que en su lecho de muerte, este clérigo polaco pudo ver por fin impreso el libro al que dedicó media vida: De revolutionibus (Sobre las revoluciones de las orbes celestes).
Nicolás Copérnico (1473-1543) no era el primero en explicar que todo gira alrededor del Sol. Pero él lo hizo tan a fondo, en ese libro, que inició así una revolución científica contra el orden universal establecido por el mayor sabio conocido hasta entonces, el griego Aristóteles.

Aristóteles dijo en el siglo IV a.C. que una fuerza mística movía al Sol y los planetas en círculos perfectos alrededor de la Tierra. Algo muy del gusto de la Iglesia pero, para encajar esa idea con los extraños movimientos de los planetas que se ven en el cielo, los astrónomos tenían que recurrir a los malabarismos matemáticos que otro griego, Ptolomeo, inventó en el siglo II. Así que Copérnico se puso a buscar algo más sencillo, casi al mismo tiempo que Miguel Ángel emprendía otro gran proyecto, el de decorar los techos de la Capilla Sixtina.

Copérnico tenía un completo currículum renacentista: estudios de medicina, arte, matemáticas, derecho canónico y filosofía; experiencia como economista y diplomático; y además, un buen puesto como funcionario eclesiástico. Pero su mayor pasión era la Astronomía. La había descubierto mientras estudiaba en las mejores universidades de Italia, que entonces eran un hervidero de nuevas ideas que surgían constantemente… allí uno de sus profesores se atrevía incluso a dudar de las teorías de Aristóteles.

De vuelta a su vida tranquila en Polonia, Copérnico se dedicó a observar el cielo. En 1514 ya escribió un boceto de su teoría, aunque no lo publicó por miedo a que lo condenaran por hereje y además porque era un perfeccionista: se pasó 15 años más repitiendo sus cálculos, diagramas y observaciones a simple vista, anteriores al invento del telescopio.

Supo ver que, a veces, las apariencias engañan. Que si vemos girar el Sol (y el cielo estrellado), es por la rotación diaria de la Tierra sobre sí misma; que si el Sol repite cada año su camino, atravesando las constelaciones del zodíaco, es por la traslación de la Tierra alrededor del astro; que si los planetas hacen extraños bailes en el cielo, es porque los vemos dar vueltas al Sol desde otro planeta en movimiento. Copérnico fue el primero en recitarlos por orden: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter y Saturno, los 6 planetas que se conocían entonces.

En su carrera permanente, como si el Sistema Solar fuera una pista de atletismo, la Tierra va más rápido que los planetas de las calles exteriores y cada año les saca una vuelta de ventaja. Durante los meses que dura un adelantamiento, nos da la sensación de que el otro planeta se frena, luego retrocede y avanza de nuevo cuando lo dejamos atrás, como pasa cuando adelantamos a otro coche en la carretera.

Cuando por fin Copérnico decidió publicar su teoría, el editor del libro la suavizó en el prólogo: dijo que eran “sólo matemáticas más fáciles” para predecir los movimientos de los planetas, y no una nueva forma de ver la realidad del Universo. Pero así se entendió, como un desafío a Aristóteles, a la Iglesia y al sentido común. Si la Tierra se desplaza y gira tan rápido, ¿por qué las cosas caen rectas y no en curva? ¿Y por qué no salimos disparados al espacio? Hubo que esperar a que Kepler, Galileo y Newton lo explicaran. Pasaron 150 años hasta que triunfó la revolución copernicana y el mundo por fin admitió que la Tierra sólo era una peonza más.

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