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APOLLO XIII: HOUSTON, TENEMOS UN PROBLEMA

 

Pocas veces un viaje espacial nos ha abierto tanto los ojos, haciéndonos ver cuán peligrosa es la aventura tripulada. En efecto, el vuelo del Apolo-13, la tercera excursión americana sobre la Luna, acabó convirtiéndose en la más tensa y agonizante misión que el joven programa espacial había vivido hasta entonces. Un viaje que, merced a su final feliz, fue pronto olvidado entre la euforia de los emocionantes alunizajes, pero que aún así había contado con todos los elementos que pueden convenir a un arriesgado suceso en una historia periodística de gran éxito. 

Lo ocurrido con el Apolo-13 pudo haber cambiado radicalmente el futuro de la exploración espacial. La muerte de su tripulación hubiera obligado a la NASA, la agencia americana, a realizar un completo replanteamiento de su programa, tal y como tuvo que hacerse tras el trágico accidente del Apolo-I, en enero de 1967. Los soviéticos, por su parte, luchando para superar a sus rivales en la carrera lunar, estaban desarrollaando su propio proyecto de alunizaje tripulado, una gigantesca empresa formada por el mastodóntico cohete N -1 y la familia de cosmonaves L-3 . Diversos problemas técnicos y de organización hundieron las expectativas de la URSS en este terreno, pero si América hubiera tenido que frenar sus actividades sobre su satélite, la nación comunista se hubiera de pronto encontrado con la oportunidad de recuperar el terreno perdido, pisar la Luna y prepararse para el ya propuesto viaje a Marte. 

Nadie duda que la carrera lunar nació profundamente enraizada en diversas consideraciones políticas, económicas y militares. Un cambio de este calibre en el resultado final de la contienda hubiera producido también grandes transformaciones en dichas áreas, con imprevisibles resultados. ¿Por qué, pues, ante la trascendencia de esta misión, su historia ha permanecido relativamente desconocida para el gran público? Es difícil contestar a esta pregunta, pero parece claro que uno de los motivos podría estar relacionado con la desenfrenada cadencia de espectaculares resultados en los que incurrió, antes y después, el programa americano. 

El Apolo fue un proyecto de gran éxito, y en este contexto, el Apolo-13 (como antes el Apolo-I) desapareció ante el enorme triunfo global del sistema. Es evidente que muchas personas recuerdan la emoción de las noti cias que, poco a poco, desgranaban la odisea del Apolo-l3 . Pero su recuerdo, volátil , es similar al de otros muchos acontecimientos que, a pesar de su dramatismo, han acabado bien. Sólo los fanáticos del vuelo espacial tienen presente, con todo detalle, lo que ocurrió durante aquella semana. Los vuelos posteriores al Apolo-11 no deberían sólo repetir el éxito de su histórico antecesor, sino también, en calidad de su probable categoría de misiones únicas, aglutinar todos los objetivos que fuera posible discernir en tan escaso margen de tiempo. Así lo hizo el Apolo-12, en noviembre de 1969, posándose en el Océano de las Tempestades, a sólo 183 metros de distancia de donde descansaba la sonda automática Surveyor-3 . 

El Apolo-13 , por su parte, debía ser el primero de tres viajes a la Luna dedicados en su totalidad a la investigación geológica de la superficie. Por desgracia, un problema inesperado complicó las cosas apenas una semana antes de la partida. Los astronautas, de algún modo, quedaron expuestos a una enfermedad infecciosa (una variedad del sarampión), concluyéndose después de varias pruebas que Mattingly tenía posibilidades de contraerla durante el viaje. La NASA, que no quería retrasar la misión otro mes, decidió sustituirle por su astronauta de reserva, John L. Swigert. Debió ser ésta una sorpresa considerable para Swigert, que tuvo que enfrentarse en sólo dos días a una intensa batería de ensayos y conferencias para ponerse al día en los últimos detalles. 

 Las operaciones técnicas previas al lanzamiento del cohete y la nave espacial se llevaron a cabo sin mayores problemas, aunque una de ellas marcaría de forma decisiva el futuro de la misión. Superadas todas las dificultades, el despegue se produjo puntualmente el 11 de abril de 1970, desde el Centro Espacial Kennedy, en Florida. No todo fue bien durante la ascensión a través de la atmósfera: el motor J-2 central de la segunda fase del cohete Saturno-V se apagó dos minutos antes de lo previsto. Para compensar la pérdida de empuje, los otros cuatro motores del escalón tuvieron que funcionar durante más tiempo. Lo mismo ocurriría con el único motor J-2 de la tercera etapa. 

Como resultado, el Apolo- 13, aún unido a esta última, fue colocado en órbita alrededor de la Tierra con algunos segundos de retraso. La enorme flexibilidad del sistema había permitido superar los obstáculos iniciales y prepararse para emprender el viaje a la Luna.

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