BUSCADOR

VISITAS

ARCHIVOS DEL BLOG

miércoles

NO DESTRUYAS LA TIERRA

 

En 1992, en Río de Janeiro, se juntaron los políticos de todo el mundo durante la Cumbre de la Tierra. Prometieron combatir conjuntamente el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la desertificación. Casi 30 años después, el balance es desolador. 

 Desde la Cumbre de Río, las emisiones de CO2 a nivel mundial casi se han duplicado cada año, pasando de 21 mil millones de toneladas a 38 mil millones de toneladas. No existen indicios de que la lenta desaparición de la diversidad genética, de las especies animales y vegetales y de los ecosistemas, se hubiera desacelerado. Sin los esfuerzos conducidos por las Naciones Unidas, todo habría sido aún peor. Sin embargo, después de la Cumbre Mundial sobre Cambio Climático en Copenhague ya no existe ninguna razón para apostar por los procesos desde arriba hacia abajo, por más que sean urgentes para limitar la emisión de gases de invernadero, para proscribir el uso de químicos peligrosos, proteger especies animales en peligro de extinción, o mantener una red de zonas protegidas que realmente funcione. 

En la debacle de Copenhague se evidenció que no se trata, en primera instancia, de un proceso de maduración política, sino de un proceso sicológico-social individual. Solamente un movimiento ciudadano global, una masa de personas que muestre con su vida lo que debería resultar de las cumbres mundiales, logrará dar los impulsos políticos necesarios. ¿Esos uno o dosmil millones de personas verdaderamente pobres que viven casi sin electricidad, que producen poquísima basura y comen muy poca carne, deberán ser los que vayan adelante? ¿O serán las personas en los países en transición –aquellos que acaban de tener una primera idea de lo que significa vivir a nivel de bienestar occidental los que deban orientarnos sobre cuáles son las nuevas medidas? Claro que uno puede desear eso o exigirlo, pero no va a pasar. 

El poder de las imágenes de Occidente es demasiado fuerte. Actualmente en China todavía muchos millones tienen que vivir sin calefacción. Occidente no puede exigir a China que reduzca su consumo de combustibles fósiles, mientras en esas ciudades se vive en habitaciones bien temperadas. Es que el viaje al centro del Antropoceno no pasa por la próxima cumbre mundial que se supone será orientadora. Tampoco pasa por Capitol Hill o por el distrito de Gobierno en Pekín. Pasa primero por lo más profundo del corazón de la cultura global que se ha expandido extraordinariamente por el mundo, desde la revolución de la igualdad de 1789: por el individuo y sus formas de organización social. 

 El individualismo es la fuerza más potente que resultó de la Ilustración. En realidad, se expresa en todas las dimensiones de la sociedad. El individuo es el punto de partida de la democracia, de la dignidad humana y de los derechos humanos. Se encuentra también en el centro mismo del mundo de consumo. Tanto que incluso en el consumo masivo al menos debe darse la apariencia de lo individual. “En suma, lo que cuenta soy yo”. Este no es solamente el eslogan publicitario de un banco, es el “mensaje – apariencia” de todo un sistema. En realidad, se trata solamente de la aparente utilidad individual y nada más que de una individualidad ficticia. Por eso pululan las “actitudes personales” que uno puede adoptar y los programas de TV que prometen convertir en “estrella” a cualquier desconocido. Este individualismo no ha terminado de madurar. Cada Yo se entiende a sí mismo como el centro del mundo, dotado del derecho natural al bienestar, hasta que surge la pregunta por las consecuencias. Entonces, este Yo se esconde en la masa anónima. 

En realidad, no se trata de individualismo, sino de dividualismo. Se ha separado el gozo de la responsabilidad. Por un lado, el asunto muy personal de conducir un automóvil, por otra, el problema social del cambio climático. Aquí, el diario placer de comer carne, allá, el problema colectivo de la destrucción del bosque húmedo tropical. Aquí, el exceso de productos, allá, el derrame de desechos. Aquí, los intereses bancarios, allá, los créditos del banco para más consumo de petróleo.

 

No hay comentarios: