El mundo que vemos no se corresponde necesariamente con lo que hay ahí fuera: la visión es una construcción del cerebro, y su único trabajo es generar una narrativa útil en nuestras escalas de interacciones. Las ilusiones visuales revelan un concepto más profundo: que nuestros pensamientos son generados por una maquinaria a la que no tenemos acceso directo.
Hemos visto que las rutinas útiles quedan impresas en el circuito del cerebro, y que una vez allí, ya no tenemos acceso a ellas. Lo que parecía ser la conciencia es, más bien, imponer metas acerca de lo que debe imprimirse en el circuito, y poco más aparte de eso. El cerebro puede operar de manera muy distinta cuando se ve transformado por una apoplejía, un tumor, los narcóticos o cualquier suceso que altere su biología. Ello sacude nuestras pueriles nociones de responsabilidad.
A consecuencia de todo este progreso científico, una
inquietante pregunta ha surgido en las mentes de muchos: ¿qué les queda a
los humanos después de todos estos destronamientos? Para algunos
pensadores, a medida que la inmensidad del universo se vuelve más
aparente, lo mismo ocurre con la intrascendencia del género humano:
comenzamos a menguar en importancia prácticamente hasta quedar en nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario