Las
constelaciones no son, por supuesto, una realidad del cielo nocturno; las
ponemos allí nosotros mismos. Cuando éramos un pueblo cazador veíamos cazadores
y perros, osos y mujeres jóvenes, las cosas que podían interesamos. Cuando en
el siglo diecisiete, los navegantes europeos vieron por primera vez los mares
del Sur, pusieron en el cielo objetos de interés para el propio siglo
diecisiete: tucanes y pavos reales, telescopios y microscopios, compases y la
popa de los barcos. Si las constelaciones hubieran recibido su nombre en el
siglo veinte, supongo que en el cielo veríamos bicicletas y neveras, estrellas
del rock and roll, o incluso nubes atómicas; un nuevo repertorio, con las
esperanzas y los temores del hombre, colocado entre las estrellas. De vez en
cuando nuestros antepasados venían una estrella muy brillante con una cola,
vislumbrada sólo un momento, precipitándose a través del cielo. La llamaron
estrella fugaz, pero el nombre no es adecuado: las estrellas de siempre
continúan allí después del paso de las estrellas fugaces. En algunas estaciones
hay muchas estrellas fugaces, mientras que en otras hay muy Pocas. También aquí
hay una especie de regularidad. Las estrellas salen siempre por el este y se
ocultan por el oeste, como el Sol y la Luna; y si pasan por encima nuestro,
tardan toda la noche en cruzar el cielo. Hay diferentes constelaciones en las
diferentes estaciones. Por ejemplo, al comienzo del otoño aparecen siempre las
mismas constelaciones. No sucede nunca que de pronto aparezca una nueva
constelación por el este. Hay un orden, una predicibilidad, una permanencia en
lo referente a las estrellas. Se comportan de un modo casi tranquilizador.
Algunas estrellas salen justo antes que el Sol, o se ponen justo después que
él, y en momentos y posiciones que dependen de la estación. Si uno realiza
detenidas observaciones de las estrellas y las registra durante muchos años,
puede llegar a predecir las estaciones. También puede calcular la duración de
un año anotando el punto del horizonte por donde sale el Sol cada día. En los
cielos había un gran calendario a disposición de quien tuviera dedicación,
habilidad y medios para registrar los datos. ,58 - Nuestros antepasados
construyeron observatorios para medir el paso de las estaciones. En el Cañón
del Chaco, en Nuevo México, hay un gran kiva ceremonial, o templo sin tejado',
que data del siglo once. El 21 de junio, el día más largo del año, un rayo de
luz solar entra al amanecer por una ventana y se mueve lentamente hasta que
cubre un nicho especial. Pero esto sólo sucede alrededor del 21 de junio. Me
imagino a los orgullosos anasazi, que se definían a sí mismos como Los
Antiguos, reunidos en sus sítiales cada 21 de junio, ataviados con plumas,
sonajeros y turquesas para celebrar el poder del Sol. También seguían el movimiento
aparente de la Luna: los veintiocho nichos mayores en el kiva pueden
representar el número de días que han de transcurrir para que la Luna vuelva a
ocupar la misma posición entre las constelaciones. Los anasazi prestaban mucha
atención al Sol, a la Luna y a las estrellas. Se han encontrado otros
observatorios, basados en ideas semejantes, en Angkor Vat en Camboya,
Stonehenge en Inglaterra, Abu Simbel en Egipto, Chichen Itzá en México; y en
las grandes llanuras en Norteamérica. Algunos supuestos observatorios para la
fijación del calendario es posible que se deban al azar y que, por ejemplo, la
ventana y el nicho presenten el día 21 de junio una alineación accidental. Pero
hay otros observatorios maravillosamente distintos. En un lugar del suroeste
norteamericano hay un conjunto de tres losas verticales que fueron cambiadas de
su posición original hace aproximadamente unos 1.000 años. En la roca ha sido
esculpida una espiral, parecida en cierto modo a una galaxia. El día 21 de
junio, primer día de verano, un haz de luz solar que entra por una abertura
entre las losas bisecciona la espiral; y el día 21 de diciembre, primer día de
invierno, hay dos haces de luz solar que flanquean la espiral. Se trata de un
sistema único para leer el calendario en el cielo utilizando el sol de
mediodía. ¿Por qué los pueblos de todo el mundo hicieron tales esfuerzos para
aprender astronomía? Cazábamos gacelas, antílopes y búfales cuyas migraciones
aumentaban o disminuían según las estaciones. Los frutos y las nueces podían
recogerse en algunas temporadas, pero no en otras. Cuando inventamos la tuvimos
que ir con cuidado para plantar y recolectar nuestras cosechas en la estación
adecuada. Las reuniones anuales de tribus nómadas muy dispersas se fijaban para
fechas concretas. La posibilidad de leer el calendario en los cielos era
literalmente una cuestión de vida y muerte. Los pueblos de todo el mundo
tomaban nota de la reaparición de la luna creciente después de la luna nueva,
del regreso del Sol después de un eclipse total, de la salida del Sol al alba
después de su fastidiosa ausencia nocturna: esos fenómenos sugerían a nuestros
antepasados la posibilidad de sobrevivir a la muerte. En lo alto de los cielos
había también una metáfora de la inmortalidad. El viento azota los cañones del
suroeste norteamericano, y no hay nadie para oírlo, aparte de nosotros: un
recordatorio de las 40.000 generaciones de hombres y mujeres pensantes que nos
precedieron, acerca de los cuales apenas sabemos nada, y sobre los cuales está
basada nuestra civilización. Pasaron las edades y los hombres fueron
aprendiendo de sus antepasados. Cuanto más exacto era el conocimiento de la
posición y de los movimientos del Sol, de la Luna y de las estrellas, con mayor
seguridad podía predecirse la época para salir de caza, para sembrar y segar o
para reunirse las tribus. Cuando mejoró la precisión de las mediciones, hubo
que anotar los datos y de este modo la astronomía estimuló la observación, las
matemáticas y el desarrollo de la escritura. Pero luego, mucho después, surgió
otra idea bastante curiosa, una invasión de misticismo y de superstición en lo
que había sido principalmente una ciencia empírica. El Sol y las estrellas
controlaban las estaciones, los alimentos, el calor. La Luna controlaba las
mareas, los ciclos de vida de muchos animales, y quizás el período menstrual 1
humano de central importancia para una especie apasionada, dedicada
intensamente a tener hijos. Había otro tipo de cuerpos en el cielo, las
estrellas errantes o vagabundas llamadas planetas. Nuestros antepasados nómadas
debieron sentir cierta afinidad por los planetas. Podían verse solamente cinco
planetas, sin contar el Sol y la Luna, que se movían sobre el fondo de las
estrellas más distantes. Si se sigue su aparente movimiento durante varios meses,
se les ve salir de una constelación y entrar en otra, y en ocasiones
incluso describen lentamente una especie de rizo en el cielo. Si todos los
demás cuerpos del cielo ejercían un efecto real sobre la vida humana, ¿qué
influencia tendrían los planetas sobre nosotros? En la sociedad contemporánea
occidental, es fácil comprar una revista de astrología, en un quiosco de
periódicos por ejemplo; es mucho más difícil encontrar una de astronomía. Casi
todos los periódicos norteamericanos publican una columna diaria sobre
astrología, pero apenas hay alguno que publique un artículo sobre astronomía ni
una vez a la semana. En los Estados Unidos hay diez veces más astrólogos que
astrónomos. En las fiestas, a veces cuando me encuentro con personas que no saben
que soy un científico, me preguntan: ¿Eres Géminis? (posibilidad de acertar:
una entre doce). O: ¿De qué signo eres? Con mucha menos frecuencia me
preguntan: ¿Estabas enterado de que el oro se crea en las explosiones de
supernovas? O: ¿Cuándo crees que el Congreso aprobará el vehículo de
exploración de Marte? La astrología mantiene que la constelación en la cual se
hallan los planetas al nacer una persona influye profundamente en el futuro de
ella. Hace unos miles de años se desarrolló la idea de que los movimientos de
los planetas determinaban el destino de los reyes, de las dinastías y de los
imperios. Los astrólogos estudiaban los movimientos de los planetas y se
preguntaban qué había ocurrido la última vez en que, por ejemplo, Venus
amanecía en la constelación de Aries; quizás ahora volvería a suceder algo
semejante. Era una empresa delicada y arriesgada. Los astrólogos llegaron a ser
empleados exclusivamente por el Estado. En muchos países era un grave delito
leer los presagios del cielo si uno no era el astrólogo oficial: una buena
manera de hundir un régimen era predecir su caída. En China los astrólogos de
la corte que realizaban predicciones inexactas eran ejecutados. Otros apañaban
simplemente los datos para que estuvieran siempre en perfecta conformidad con
los acontecimientos. La astrología se desarrolló como una extraña combinación
de observaciones, de matemáticas y de datos cuidadosamente registrados,
acompañados de pensamientos confusos y de mentiras piadosas. Pero si los
planetas podían determinar el destino de las naciones, ¿cómo podrían dejar de
influir en lo que me pasará a mí mañana? La noción de una astrología personal
se desarrolló en el Egipto alejandrino y se difundió por los mundos griego y
romano hace aproximadamente 2.000 años. Hoy en día podemos reconocer la
antigüedad de la astrología en palabras como desastre, que en griego significa
mala estrella, influenza, gripe en inglés, que proviene del italiano y
presupone una influencia astral; mazeltov, en hebreo proveniente a su vez del
babilonio que significa constelación favorable, o la palabra yiddish shlamazel,
referida a alguien a quien atormenta un destino implacable, y que también se
encuentra en el léxico astrológico babilonio. Según Plinio, a algunos romanos
se les consideraba sideratio, 64 afectados por los planetas. Se convirtió en
opinión generalizada que los planetas eran causa directa de la muerte. O
consideremos el verbo considerar que significa estar con los planetas lo cual
era evidentemente un requisito previo para la reflexión seria. La figura de la
página 51 muestra las estadísticas de mortalidad de la ciudad de Londres en
1632. Entre terribles pérdidas provocadas por enfermedades posnatales
infantiles y por enfermedades exóticas como la rebelión de las luces y el mal
del Rey nos encontramos con que, de 9.535 muertes, 13 personas sucumbían por el
planeta, mayor número que los que morían de cáncer. Me pregunto cuáles eran los
síntomas. Y la astrología personal está todavía entre nosotros: examinemos dos
columnas de astrología publicadas en diferentes periódicos, en la misma ciudad
y el mismo día. Por ejemplo podemos analizar el New York Post y el Daily News
de Nueva York del 21 de septiembre de 1979. Supongamos que uno es Libra, es
decir nacido entre el 23 de septiembre y el 22 de octubre. Según el astrólogo
del Post, un compromiso le ayudará a aliviar la tensión; útil, quizás, pero
algo vago. Según el astrólogo del Daily News, debes exigirte más a ti mismo,
recomendación que también es vaga y al mismo tiempo diferente. Estas
predicciones no son tales predicciones, son más bien consejos: dicen qué
hacer, no qué pasará. Recurren deliberadamente a términos tan generales que
pueden aplicarse a cualquiera. Y presentan importantes inconsecuencias comunes.
¿Por qué se publican sin más explicaciones, como si fueran resultados
deportivos o cotizaciones de bolsa? La astrología puede ponerse a prueba
aplicándola a la vida de los mellizos. Hay muchos casos en que uno de los
mellizos muere en la infancia, en un accidente de coche, por ejemplo, o
alcanzado por un rayo, mientras que el otro vive una próspera vejez. Cada uno
nació exactamente en el mismo lugar y con minutos de diferencia el uno del
otro. Los mismos planetas exactamente estaban saliendo en el momento de su
nacimiento. ¿Cómo podrían dos mellizos tener destinos tan profundamente
distintos? Además los astrólogos no pueden ni ponerse de acuerdo entre ellos
sobre el significado de un horóscopo dado. Si se llevan a cabo pruebas
cuidadosas, son incapaces de predecir el carácter y el futuro de personas de
las que no conocen más que el lugar y la fecha de nacimiento. CARL SAGAN
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